¿Habrá algún futbolista profesional con una carrera de mas de 20 años, que no haya jugado ni un solo partido? La respuesta es sí, esta es la historia del futbolista que a base de engaños, buenas relaciones y una ingeniosa manera de manejarse en momentos complicados, logró dedicarse a ser futbolista sin jugar futbol.
Su nombre es Carlos Henrique Raposo y nació en Rio de Janeiro en 1963. Poseía un gran talento, y no era con el balón, era de tener relación con personas que sabia que lo podían llevar a donde el quería, sabia con quien tenia que llevarse bien. Empezó a tener muy buena relación con grandes futbolistas de aquella época.
La relación que llevaba con los futbolistas era en las discotecas, un terreno habitual de los jugadores brasileños, ahí era el momento en donde comenzaba su “trabajo”. Convencía a jugadores como Ricardo Rocha, Edmundo, Renato Gaúcho, Romario, Branco, Bebeto, Carlos Alberto Torres, entre otros, de que deberían de incluirlo en el fichaje de su nuevo equipo, ya que Carlos Henrique, debía jugar y además se preocuparía por el futbolista en cuestión de que no le faltara nada.
Junto con eso, obviamente Carlos contaba con un buen físico, lo que lo llevó a tener el apodo de “káiser”, por su similitud con el jugador alemán Franz Beckenbauer. Su apodo de alguna manera le ayudaba en primeras instancias a engañar un poco a las personas.
Su primer contrato profesional fue en 1986, en el Botafogo. Todo, gracias a Mauricio, con quien había creado una amistad en la infancia, y que se había convertido en un ídolo en el club. El resumen de Henrique en el Botafogo fue de: cero partidos jugados.
“Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses”, explica Henrique.
Por esa razón, pese a no tener participación en ningún partido, no tuvo ningún problema en firmar la temporada siguiente por el Flamengo. Ahí había sido llevado por otro gran amigo, Renato Gaúcho. El que fuera jugador de la Roma y de la selección brasileña entre otros, y ahora entrenador, relata así su relación con Henrique.
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“Sé que Kaiser era un enemigo del balón. En el entrenamiento acordaba con un colega que le golpeara, para así marcharse a la enfermería”. Razón que le ayudó a no tener ni un partido disputado.
Para contribuir a su fama, afirman en el Flamengo que llegaba a algunos entrenamientos con un enorme teléfono móvil (que entonces eran contadas las personas que poseían uno), hacía como que hablaba en inglés, afirmando que eran clubes europeos interesados en su fichaje. Sus compañeros y cuerpo técnico le creían, hasta que un doctor que sabía inglés, explicó que la conversación no tenía ningún sentido, además de que descubrieron que el teléfono celular era de juguete.
Como sabemos, en los años 80´s, la información no era tan abierta como lo es en la actualidad, ya que no había redes sociales, ni sitios en donde se pudiera buscar a un futbolista. No existían videos con jugadas, lo único que había era lo que la prensa escribía sobre alguien. Por supuesto que Carlos Henrique, vio la oportunidad de seguir con su engaño, manteniendo relación con algunos periodistas. “Tengo facilidad en hacer amistades. A muchos periodistas de mi época les caía bien, porque nunca traté mal a nadie”, gracias a esta razón en artículos deportivos, hablaban de él como “el gran futbolista”.
Gracias a su ingeniosa forma, al siguiente año llegó a México a jugar con el equipo de Puebla. Tuvo un periodo corto de unos meses, en donde tampoco disputó ni un solo encuentro y se marchó a Estados Unidos:
“Yo firmaba el contrato de riesgo, el más corto, normalmente de unos meses. Recibía las primas del contrato, y me quedaba allí durante ese periodo”.
Por esto, Carlos Henrique regreso a Brasil en 1989, al equipo de Al Bangú, en donde tuvo una anécdota bastante ingeniosa de su parte para poder evitar entrar a la cancha. Su entrenador decidió convocarlo para el partido, en donde en la 2da mitad lo manda a hacer calentamientos previos a entrar al campo, por lo que se vio amenazado por la posibilidad de entrar de cambio, se las ingenió y se peleó con un aficionado del equipo rival en la banda y fue expulsado.
Cuando todos llegan al vestidor, antes de que su entrenador, enojada pudiera reclamarle algo a él, se dirige hacia su técnico y le dice:
“Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre (refiriéndose al técnico) no dejaré que ningún hincha le insulte”, con esta charla el entrenador le dio un beso en la frente y le renovó su contrato por 6 meses más.
Gracias a la relación que tenía con gran cantidad de amigos, fue pasando por América, Vasco de Gama, y Fluminense. ¿Cómo hacía tantos amigos? Simple. Lo cuenta él mismo.
“Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba dos o tres días antes, llevaba diez mujeres y alquilaba apartamentos dos pisos debajo del piso en que el equipo se hospedaría. De noche nadie huía de la concentración, lo único que teníamos que hacer era bajar las escaleras”.
Otro de sus grandes amigos fue el defensa Ricardo Rocha:
“Es un gran amigo, una excelente persona. Pero no sabía jugar ni a las cartas. Tenía un problema con el balón. Nunca lo vi jugar en ningún equipo. Te cuenta historias de partidos, pero nunca jugó un domingo a las cuatro de la tarde en Maracaná, estoy seguro”, comenta el que fuera jugador del Real Madrid, que añade “en una disputa a mayor mentiroso, Pinocho perdería con Kaiser”.
Tras un paso muy breve por Palmeiras y Guaraní, Carlos Henrique, mediante otro amigo, recala en el Ajaccio francés. En aquellos años un brasileño llegando a Europa era sinónimo de éxito, y la presentación que le había preparado el club sorprendió al futbolista. “El estadio era pequeño, pero estaba lleno de aficionados. Pensaba que sólo tenía que saltar al césped y saludar, pero entonces vi que había muchos balones en el campo, y que tendríamos que entrenar. Me puse nervioso, en mi primer día se darían cuenta de que no sabía jugar“.
Pero eso era solo un pequeño reto para un jugador que había pasado su vida entera engañando a todos.
“Salté al campo, y comencé a coger todos esos balones y patearlos hacia los aficionados. Al mismo tiempo saludaba y me besaba el escudo. Los aficionados enloquecieron. Y en el césped ya no quedaba ni un balón”. Con esa acción, se había puesto a los aficionados en la bolsa y como toda su vida, sin haber jugado un solo partido.
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Fue justo en Francia donde Carlos Henrique tuvo participación y jugó de verdad, nunca más de 20 minutos por partido, pocos partidos en la temporada con el Ajaccio, y fue ahí en donde decidió retirarse del futbol.
Durante casi 20 años de dedicarse al futbol, Carlos Henrique, entró muy pocas veces al campo para disputar partidos oficiales. Nunca lo hizo en su país natal, en resumen, el confiesa, que tuvo unos 20 o 30 partidos como máximo. Y en todos los partidos que disputaba salía lesionado, inclusive en los entrenamientos.
“No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos”, fue la confesión del máximo estafador en la historia del futbol.
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